Cynthia Bourgeault, describe cómo podemos seguir el camino de descenso que Jesús modela:
En Jesús, todo gira en torno a un único centro de gravedad… En griego, el verbo kenosein significa “soltar” o “vaciarse”, y esta es la palabra que Pablo elige en el momento clave de su célebre enseñanza en Filipenses 2:5-11 para describir en qué consiste “la mente de Cristo”…
En este hermoso himno, Pablo reconoce que Jesús solo tenía un “modo de operación”. Todo lo que hizo, lo hizo vaciándose. Se vació a sí mismo y descendió a la forma humana. Y se vació aún más (“hasta la muerte de cruz”) y cayó al fondo para regresar a los reinos de dominio y gloria. En cualquier circunstancia de la vida, Jesús siempre respondió con el mismo movimiento de vaciamiento, o dicho de otro modo, con el mismo movimiento de descenso: descendiendo, tomando el lugar inferior, no el superior…
Es un camino que él mismo recorrió hasta el final. En el huerto de Getsemaní, con sus traidores y acusadores amontonados a las puertas, luchó y se angustió, pero se mantuvo fiel a su rumbo. No acumules, no te aferres, ni siquiera a la vida misma. Déjala ir, déjala ser: «No se haga mi voluntad, sino la tuya, Señor. En tus manos encomiendo mi espíritu».
Así vino y así se fue, entregándose plenamente a la vida y a la muerte, perdiéndose, despilfarrándose, «apostando todo don que Dios concede». No fue el amor acumulado, sino el amor completamente derramado, lo que abrió las puertas del Reino de los Cielos.
Una y otra vez, Jesús nos presenta este camino. No hay nada a lo que renunciar ni a lo que resistirse. Todo se puede aceptar, pero la clave está en no aferrarse a nada. Lo sueltas. Vas por la vida como un cuchillo atraviesa un pastel cocido, sin recoger nada, sin aferrarte a nada, sin pegarte a nada. Y, arraigado en esa castidad fundamental de tu ser, puedes entonces entregarte, entregarte, ser capaz de devolverlo todo, incluso devolver la vida misma. Ese es el camino kenótico en pocas palabras. Muy, muy simple. Solo cuesta todo. [1]
Referencias
[1] Cynthia Bourgeault, The Wisdom Jesus: Transforming Heart and Mind (Shambhala, 2008), 63, 64, 70.
Material publicado en las meditaciones diarias del CAC , miércoles 16 de abril 2023
Experimentar la pérdida nos brinda oportunidades para practicar la liberación de nuestros apegos a quienes creemos ser. Richard Rohr escribe:
Alguna forma de sufrimiento o muerte —psicológica, espiritual, relacional o física— es la única manera de soltarnos de nuestro yo pequeño y separado. Solo entonces aparece el yo más grande, al que podríamos llamar el Cristo Resucitado, el alma o el verdadero yo. El proceso físico de transformación a través de la muerte lo expresa elocuentemente Kathleen Dowling Singh, quien dedicó su vida al trabajo en hospicios: «La mente ordinaria [el falso yo] y sus delirios mueren en la Experiencia de la Muerte Cercana. A medida que la muerte nos arrebata, es imposible seguir fingiendo que somos nuestro ego. El ego se transforma en ese mismo arrebato». [1] Por eso tantos maestros espirituales dicen que debemos morir antes de morir. El ego excesivamente defendido es donde residimos antes de estas muertes tan necesarias. El verdadero yo (o “alma”) se vuelve real para nosotros solo después de haber superado la muerte y haber salido mucho más grandes y sabios al otro lado. Esto es lo que entendemos por transformación, conversión o iluminación. [2]
Cualquier cosa que no sea la muerte del falso yo es una religión inútil. El falso yo fabricado debe morir para que el verdadero yo viva, o como dijo el propio Jesús: “Si yo no me voy, el Espíritu no puede venir” (Juan 16:7). Teológicamente hablando, Jesús (una buena persona individual) tuvo que morir para que Cristo (la presencia universal) surgiera. Este es el patrón universal de transformación. [3]
Referencias
[1] Kathleen Dowling Singh, La gracia al morir: Cómo nos transformamos espiritualmente al morir (HarperOne, 1998), 219.
[2] Adaptado de Richard Rohr, Diamante inmortal: La búsqueda de nuestro verdadero yo (Jossey-Bass, 2013), 62.
[3] Rohr, Diamante inmortal, 62-63.
Material extraído de las meditaciones diarias del CAC, martes 15 de abril, 2025
Un punto que deseo tocar hoy es sobre la metáfora que usa el padre Thomas Keating del terapeuta Divino:
“Dios es como un terapeuta divino”, es lo que sostiene Thomas Keating; está hablando en el lenguaje de la poesía, no de la ciencia. Sin embargo nos ayuda a entender el proceso que ocurre durante la Oración Centrante. Si se la toma demasiado literalmente o se la lleva demasiado lejos, puede terminar distorsionando el camino que está tratando de iluminar.
Hay que recordar que:
“La psicoterapia clásica tiene lugar dentro del dominio del funcionamiento egoico; su objetivo es mejorarlo. A través de la terapia, las personas heridas y disfuncionales obtienen la ayuda que necesitan para vivir una vida mejor adaptada y más exitosa. Los egos débiles y dañados ganan autoestima, y los demasiado defendidos aprenden a relajarse y disfrutar del viaje.”
“El trabajo espiritual clásico, sin importar cuál sea la tradición religiosa, se trata de trascender el ego. Busca despertar dentro de una persona algo que se reconozca como “verdadero yo” o Yo superior. Esto no significa necesariamente eliminar el ego, sino más bien desplazarlo como asiento de la propia identidad personal. El proceso es como descubrir que la tierra gira alrededor del sol y no al revés.”
En la versión del viaje espiritual de Keating, cuando uno emprende este viaje para “desmantelar el falso yo”, ¿qué es exactamente lo que se está desmantelando? Y cuando ha sido desmantelado, ¿quién o qué es el yo que queda?
El término falso yo no se origina con Thomas Keating; lo encontrará extensamente en los escritos de Thomas Merton y otros escritores espirituales. Pero casi siempre se usa en un sentido genérico, más o menos sinónimo de funcionamiento egoico en sí mismo.
Al adaptar el término a su propia enseñanza, Thomas Keating añade un matiz muy significativo. En su versión, el falso yo siempre está herido; surge específicamente como un mecanismo de defensa contra las amenazas y privaciones percibidas durante la infancia y la primera infancia (e incluso en el útero).
El falso yo es, por definición, neurótico y, al menos en teoría, es un error prevenible, ya que sus raíces se encuentran en última instancia en las deficiencias de la crianza (ya sea intencional o no). El falso yo de Keating no es solo un funcionamiento del ego per se, sino una función del ego particularmente inadaptada que necesita un diagnóstico y tratamiento adecuados.
Este uso más restringido del término encaja muy bien con la psicología clásica del desarrollo. Pero inadvertidamente introduce otra posibilidad en la ecuación. Si el falso yo se define como una manifestación distorsionada del ser egoico, entonces la inferencia demasiado obvia es que el verdadero yo sería el ego curado de sus distorsiones y defensas, o en otras palabras, el ego sano.
Si se comete este error, la trascendencia del ego desaparece del cuadro, y “la terapia divina” se convierte simplemente en una vieja terapia. La individualidad trascendente del ego no ocurre. Simplemente ocurre un funcionamiento egoico elevado. Sucede que disminuyen las partes negativas de los programas del falso yo y por lo tanto se abre la capacidad de abrirse éxito en el mundo.
El “verdadero yo” cuando se describe teológicamente, operativamente implica el cambio a un tipo diferente de conciencia llamada no dual o “unitiva” en la terminología cristiana clásica, que fluye desde un lugar más profundo dentro de nosotros.
La evolución de nuestro viaje interior casi siempre comienza a través de un despertar de la conexión con esa conciencia más profunda e ilimitada dentro de nosotros, como ocurre en la práctica de la Oración Centrante.
Pero una vez que se ha experimentado esto, el cambio del yo egoico al yo trascendente o “verdadero” se lleva a cabo tradicionalmente en el trabajo interior a través del desarrollo de un observador interior, cuyo propósito es hacer un seguimiento del panorama general y mediar entre estos dos sentidos legítimos pero muy diferentes de la individualidad. El punto principal es cuando trabaje con la metáfora de la terapia divina, es que se tenga en cuenta que el objetivo de esta “terapia” se extiende mucho, mucho más allá de la terapia tal como se ha constituido tradicionalmente. Se trata realmente de la santificación. Es la “terapia” del Misterio de Cristo.
Referencia: Bourgeault, Cynthia. Centering Prayer and Inner Awakening. Cowley Publications, 2004, Chapter 10, From Healing to Holiness p.101-110
Método desarrollado específicamente como un diálogo entre el lenguaje clásico del camino espiritual cristiano y los modelos psicológicos contemporáneos.
En la década de los 60 Fr. Keating y los hermanos de la Abadía de St. Joseph en Massachussets, comenzaron a desarrollar una renovación de la oración contemplativa de manera de poder responder a la deserción masiva de católicos a caminos espirituales orientales. Se basó en el uso de un libro llamado “ La Nube del Desconocimento” de autor anónimo del siglo XIV.
La Oración Centrante, como se llamó el método, era un método devocional puro y simple. Una forma de profundizar e intensificar la relación con Dios. En ese momento no había ninguna base psicológica.
En el verano de 1983, Fr. Keating organizó el primer retiro Intensivo en La Fundación Lama en San Cristóbal, New Mexico, por un periodo de 2 semanas, en donde se pudiera tener una inmersión profunda.
Los efectos fueron impresionantes al ser expuestos a 5 horas diarias de meditación. Lágrimas, recuerdos reprimidos, intuiciones profundas, todo mezclado en la superficie, junto con una sensación de catarsis y vínculo entre los 12 participantes .
Fr. Keating hace referencia de haber visto a las personas pasando en 10 días lo que les hubiera costado 20 años en el monasterio. ¿Qué había sucedido? Fr. Keating se dió cuenta que el método de la Oración Centrante había producido estos efectos.
La Oración Centrante es un método de rendición, o, para describir este mismo movimiento desde un punto de vista psicológico más que un punto de vista teológico, un método receptivo. No implica una concentración sino una relajación de la atención para que ya no haya un foco unidireccional para la mente.
La Psicología Transpersonal estaba en ese momento todavía en su infancia, pero
desde entonces ha confirmado lo que Keating descubrió a través de observación: cuanto más receptivo es el método de meditación, mayor y más inmediata es la implicación del inconsciente.
Los métodos concéntrativos, que implican siempre un cierto grado de esfuerzo egoico, tienden a retardar la participación del inconsciente. Los métodos receptivos, por otro lado, lo fomentan, particularmente en una situación de grupo intensivo como el retiro pionero.
Pero el verdadero salto intuitivo de Keating fue reconocer la importancia de esta observación: esta “descarga del inconsciente”, como él la llamaría más tarde, no era un efecto secundario intrascendente, sino un proceso de purificación significativo en el trabajo. De hecho, este fue el vínculo de conexión que había estado buscando durante mucho tiempo, entre la purificación tal como se presenta tradicionalmente en la enseñanza cristiana (como una reprogramación de la motivación consciente, o la lucha contra el pecado), y la realización de la psicología contemporánea que tal reprogramación va sólo superficialmente y, de hecho, puede causar graves daños si se utiliza para la represión y la negación de los impulsos inconscientes. “La verdadera ascesis es la purificación de los motivos inconscientes”, había argumentado Keating durante mucho tiempo, pero ¿cómo llegar a ellos? Con la Oración Centrante como catalizador del inconsciente, encontró su herramienta y su paradigma.
Así, la Oración Centrante renació no sólo como un método devocional sino también psicológico. En la década que siguió a ese primer retiro de Lama, reconociendo la necesidad de proporcionar apoyo y un marco conceptual para las crecientes filas de practicantes de Oración Centrante, Keating produjo la primera cinta de 24 serie de videos, luego una serie de libros: Mente Abierta, Corazón Abierto (1986), El Misterio de Cristo (1987), Invitación al Amor (1992) e Intimidad con Dios (1994), en las que despliega una visión cada vez más cohesiva y sutil del “viaje espiritual” cristiano: el camino de la sanación interior y la transformación que comienza cuando uno adopta una práctica regular de la Oración Centrante.
Hoy día, es por esta enseñanza que es principalmente conocido y sobre la que descansa su enorme popularidad como maestro espiritual. En sus palabras, “El Método de la Oración Centrante se desarrolló específicamente como un diálogo entre los modelos psicológicos contemporáneos y el lenguaje clásico del camino espiritual cristiano”.
En una síntesis ambiciosa e innovadora, Keating entrelaza la sabiduría tradicional de Tomás de Aquino, Teresa de Ávila y Juan de la Cruz con las ideas contemporáneas de Ken Wilber, Michael Washburn, Jean Piaget e incluso el Método de los Doce Pasos de los Alcohólicos Anónimos. El resultado es un paradigma psico-espiritual integral que comienza en la herida y termina, si una persona está dispuesta a llevarlo tan lejos, en la unión transformadora. Él lo llama la Terapia Divina.
Contemplative sitting alone or with others—silence and the breath–invite us to rest in that very reality, sinking deeply into it until we come out on the other side of it. “Where is that?” you might be asking. A state of mind and heart which, believe it or not, rests, or even glories, in the reality of being simply human, knowing that each of us and all of us–the Universe itself–are held in the benevolent embrace of Divine Love. This love, actually experienced in deep contemplative silence, releases in the unconscious what is held in bondage, little by little, making new freedom possible. We come to see what we thought was un-seeable. We welcome that which we never knew. It’s called transformation and it is the kiss of the Divine.
Nancy Sylvester, IHM Institute for Communal Contemplation and Dialogue. June 6, 2019